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Opinión

A propósito del Ingreso Mínimo Vital y el cine social

Rocío, la joven madre soltera y en paro a la que daba vida Natalia de Molina en la película «Techo y comida» (Juan Miguel del Castillo, 2015) seguramente lloraría de alivio y agradecimiento en un día como hoy. Este viernes se ha aprobado en España el Ingreso Mínimo Vital, una medida que ayudará a 850.000 familias en riesgo de exclusión social, sacando de la pobreza extrema a más de un 1,6 millones de personas que convivían a diario con el hambre y la marginación. Un enorme paso adelante en la justicia social y en la dignidad de una sociedad en la que miles de padres y madres dejarán por fin de sufrir por no poder darles de comer a sus hijos, y en la que otros muchos miles de personas sin hogar podrán dejar de vivir en las calles y de dormir a la intemperie. La cuestión jamás debió ser si hacerlo o no hacerlo, sino el cómo hacerlo.

Jaime López y Natalia de Molina en «Techo y comida»

Hoy nuestro país tiene por fin un significativo gesto de solidaridad con los más necesitados, en la línea de lo que ya se venía haciendo en otros países europeos y que ayuda a crear un mundo mejor precisamente cuando más falta hacen este tipo de medidas que, además, van en beneficio de toda la sociedad y de la convivencia, pues reducen la desigualdad y la criminalidad, así como ayudan a dinamizar las economías locales, puesto que la práctica totalidad de los recursos facilitados a las familias pobres se destinan a la compra de bienes de primera necesidad y favorecen al comercio de cercanía.

Sí, en lugar de llorar de pena e impotencia, hoy Rocío seguramente lloraría emocionada al saber que, gracias a esta bienvenida ayuda, dejará de sentir miedo y vergüenza por no encontrar trabajo, por no tener dinero suficiente para alimentar a su pequeño hijo y por verse amenazada de desahucio al no poder pagar el alquiler. Hoy nosotros nos emocionamos por los miles de madres a las que ella representa, por los miles de niños que saldrán de la pobreza infantil y por los miles de seres humanos a los que la sociedad tiende una mano para que no pasen hambre y frío. Queda muchísimo por hacer a favor de una subsistencia digna de todas las personas, pero este es el camino correcto.

Desde el inolvidable vagabundo Charlot creado por Charles Chaplin hasta producciones actuales como la francesa «Los miserables» o la libanesa «Cafarnaúm» (nominadas ambas al Oscar a la Mejor Película Internacional en la última edición de los premios de Hollywood), pasando por gran parte de la filmografía de autores como Ken Loach («Sorry, we missed you», «Yo, Daniel Blake», «Pan y rosas») y Mike Leigh («Another year», «Todo o nada»), por citar solo algunos ejemplos, el cine social nos acerca un poco más a las historias de esas personas cuyas vidas no siempre conocemos en nuestro entorno más cercano, pero cuyo enorme desamparo podemos sentir en nuestras propias carnes gracias al trabajo de cineastas comprometidos con la necesidad de darle visibilidad a los invisibles, que son todos aquellos a los que dejamos atrás en nuestra compulsiva huida hacia adelante.

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